A mí ese discurso me parece tan desgastado como poco convincente. Con las huelgas obreras pasa lo mismo. Con las oposiciones a cualquier ley, también. Ahora como en toda la Historia de la humanidad, sin los indómitos jóvenes no habría habido cambios en las leyes, no habría habido progreso, pues los que las ejercen tienen una especie de pegamento en sus sillones que no son capaces de levantarse de ellos, mirar por la ventana y darse cuenta que las cosas no van bien, que hay que cambiarlas y que los cambios, aunque dolorosos, son la esencia de la vida.
Defender unas ideas, un sueldo, un puesto de trabajo, un trozo de pan, es tan serio hoy como hace 40 años. El dictador aplastaba cualquier disidencia. La democracia pretende desactivarla. Pero todos sabemos, porque lo comprobamos cada día, que la única manera de que no solo te den voz sino tabién voto, es hacer ruído, salir en los medios de comunicación, dar a conocer las reivindicaciones. En suma, no quedar en el silencio.
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