Se nos han ido casi a la vez tres ancianos que han empleado su larga vida en aportarnos a los demás cosas tan esenciales como la poesía, la imaginación, la ciencia aplicada al estudio humano, con todas sus implicaciones. Me refiero a Francisco Ayala, a José Luís López Vázquez, a Lévi-Strauss. Me alegra que hayan vivido tantos años, y que hayan salido indemnes de tánto como han visto -y no todo bueno- en este largo siglo XX que hemos dejado atrás. Son ejemplos vivos (lo siguen siendo en nuestro imaginario) a seguir, por lo menos a valorar, sobre todo en estos días en que los casos turbios de corrupciones o corruptelas rebotan en nuestros oídos día sí, día también.
Estos días, digo, se escucha de todo. Desde unos lavabos públicos escuché -sin verlas- a unas señora que se quejaba de cómo estaba el país y otra que le contestaba que no era para tánto, que lo que hacían esos señores no era robar y que ella en su lugar haría lo mismo.
Hoy por la tele unos comentaristas repetían más de una vez que nadie podemos tirar la primera piedra porque todos cometemos fraudes, aunque sea de bajo nivel. Me ha parecido que con ese argumento quería tapar la boca de muchos.
Por suerte, hoy tengo a tres ejemplos vivos (repito) de personas honestas que han dedicado sus largas vidas a enriquecernos y no a robarnos. Porque hay que llamar las cosas por su nombre y denunciarlas cuando las veamos, no para tirarles piedras a los ladrones, sino para atarles las manos. Y si es cierto que todos hemos cometido alguna ilegalidad, no por ello nadie tiene el derecho de igualarnos a esos depredadores. Es cuestión de grado, de cantidades, de responsabilidades, de consecuencias. Es ver la diferencia entre un pobre chorizo y un ladrón de guante blanco.
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