
A partir de los sesenta tienes más sustos cuando el médico te devuelve resultados. Ahora los sustos pueden ser más grandes y hasta pueden ser mortales. A la hora de compartir esos sustos también tienes más dificultad que antes pues se supone que el abuelo o la abuela tienen serenidad suficiente para encajarlo todo, lo propio y lo de los más jóvenes. ¿Cómo preocuparles a ellos? Bastante tienen, los pobres con tantos problemas. Y nosotros, los de más de sesenta, empezamos a echar de menos a nuestros propios padres, cada vez con más frecuencia, y sobre todo cuando los sustos son grandes.
No me gusta el romanticismo de la "edad dorada", me gusta entender qué nos pasa a los humanos cuando llegamos a ella y me encanta que los que van avanzando por ella nos expliquen sus andaduras. Por suerte, tenemos muchos ejemplos que a través de sus palabras o de sus escritos nos dan pistas de por donde podríamos ir nosotros. Ésos y ésas son, hoy, los padres que aún necesitamos los de sesenta. Me pregunto de quién aprenderán los octogenarios, los que llegan últimos a la meta.
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