Hacía mucho que no miraba la tele (ahorro tiempo, electricidad y mala leche), pero ayer por motivos ajenos a mí me zampé las dos horas de la retransmisión de esos premios que nunca había visto. La pantalla era panorámica, el silencio y el tiempo casi total y me introduje casi sin darme cuenta en el teatro Campoamor de Oviedo. Viví en otro mundo durante dos horas. El maravilloso escenario, la elegancia de los asistentes, las sonrisas de apoyo y complicidad del príncipe y de la reina... (no entraré en si estoy o no de acuerdo con la monarquía). Pero lo realmente estremecedor fue ver y escuchar a las personas seleccionadas para los premios. Sus palabras, su lucha, sus voluntades férreas y puestas en práctica día tras día por conseguir hacer de este mundo algo mejor que el actual, éste que nos presentan al borde del abismo . Sus palabras no eran alarmistas, sino tan reales como la propia crisis en la que unos cuantos nos han metido, y de la que entre todos hemos de salir. Unos parlamentos me llegaron más que otros, algunos me pusieron la piel de gallina, porque llegaban al fondo de la conciencia. (En esta página aparecen todos los galardonados).
Sólo hubo algo que no me gustó: el papel de florero de la princesa. Su cara era inexpresiva, su mirada de interés no mostraba ni la mínima emoción. Su sonrisa fría y lejana. No se si es su papel, pero cada vez que la enfocaban yo regresaba a la dura realidad. Suerte que la calidez de Ingrid Betancourt me devolvía a otro mundo posible y representado por esas personas valientes.
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