Hace pocas semanas vi la obra de teatro "La plaça del diamant", en mi vecino pueblo de Viladecans. La había visto en película y temía que me decepcionara, pero no fué así. Había, como lo había en la película, pasión, tragedia y también cotidianidad. Como en la vida, aunque la guerra de fondo ahora la veamos lejana.
Hoy, siguiendo la invitación que daba Joan Barril en su artículo del Jueves en El Periódico, he ido a ver la película "El silencio después de Bach". Pero no quisiera comentar la película pues creo que mi sensibilidad no es tan fina como la del Joan y en lugar de emocionarme casi me duermo. Mientras hacíamos tiempo para verla, nos hemos tomado un refresco en la Plaça del Diamant. Y ahí es -curiosamente- donde me he sentido con la sensibilidad a flor de piel: la plaza en silencio y poblada por una pareja joven recostados el uno en el otro, con los ojos cerrados, al sol. Mirarlos era música para mí. Dos perros con sus dueños, uno casi cachorro, no se de qué raza, parecía un salchicha pero peludito. Se nos ha acercado a saludarnos y después, junto a su amigo permanecian juguetones y alerta por si venía algún intruso. Un padre joven y desaliñado ayudando a su hijito en su tarea de jugar en el parque infantil que allí hay.
La Plaça del Diamant estaba, como en la primera parte de la novela de Mercé Rodoreda, llena de vida. Había silencio y yo escuchaba la música. Pero ahora caigo que quizás me estoy disculpando de mi falta de sensibilidad por no haberme emocionado con la película sobre la música de Bach.
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