Hace ya unos años que el trayecto que va desde Gavà a Barcelona está "adornado" por bellas jóvenes de botas blancas y falda muy corta, piel oscura por la raza o por el castigo del sol y el aire que alguna intenta escamotear con un parasol con silla o sin ella. Cuando las veo durante mis trayectos invernales desde el calorcillo de la calefacción de mi coche, me recorre sin embargo un escalofrío, imaginando una jornada "laboral" como la suya: en carreteras polvorientas, sin poder taparse de las inclemencias del tiempo y de las de desaprensivos como los que han violado y metido en el maletero de su coche a la prostituta que ha tenido la mala suerte de topar con ellos.
Cuando se habla del derecho a ejercer la prostitución como una profesión, quisiera que también se hablara del derecho a que todas las prostitutas tengan la oportunidad de dejarla, si quieren. Quisiera ver si a igual salario cuántas mujeres iban a seguir exponiendo su integridad física y anímica ante personas que las utilizan -en el mejor de los casos- como se usa un clínex: usar y tirar.
Se que el tema es muy complejo, pero creo que lo es, sobre todo, porque ante situaciones desesperadas o difíciles de la vida, cuando no se vislumbra otra alternativa mejor y se acepta ser puta como un mal menor -mayor sería no tener que comer una misma y/o su familia- se buscan muchas veces justificaciones para no sentirse ni sucia ni culpable. Yo no creo que las putas sean sucias ni culpables, sino que me parece que están inmersas en una vorágine casi siempre de tipo económico del que no saben o pueden salir.
Como en casi todos los temas humanos, más valdría que los gobiernos pusieran sus esfuerzos económicos en proteger a los desprotegidos, mediante ayudas sociales a esas personas que son tan dignas como cualquiera, pero que su dignidad está amenazada en las carreteras.
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